miércoles, 22 de junio de 2011

REVISAR NUESTRA PRÁCTICA

¿POR QUÉ REVISAR NUESTRA PRÁCTICA EDUCATIVA?
Los maestros y las maestras habitualmente desarrollamos las tareas de diseño, ejecución y evaluación de lo que nos proponemos, dentro de lo que se ha concebido como nuestra función ( esto es preparar clases, ejecutarlas y tomar las evaluaciones), pero son muy pocas las ocasiones en que nos damos un tiempo para estudiar el impacto de lo que hacemos o dejamos de hacer; más aún, somos muy renuentes a que otros miren ( aunque sea de reojo) lo que hacemos. Lo que sigue son algunas ideas para ponernos a pensar en la importancia que tiene la revisión, para poder transformar la práctica  dentro o fuera de la escuela.
 Hay muchas aristas desde donde mirar el quehacer educativo, pero aquí siempre recurro a la propuesta de Kemmis, respecto a la necesidad que tiene todo educador de revisar sistemáticamente su práctica pedagógica, para poder transformarla; esta es una verdad que ya tiene bastantitos años, pero que a casi todos los maestros y maestras les cuesta llevar a la práctica, y no es que no estén convencidos de la certeza de esta afirmación si no de lo duro (¿?) que resulta implicarse en una tarea de este tipo.


¿Cuáles son las razones que limitan al docente para que reflexione sobre su práctica?
Me parece que una razón de peso, está relacionada con el hecho de que todo  maestro o maestra que revisa lo que hace cada día, debe poner en cuestión la bondad de  lo que hace.  Dicho en otras palabras, debe juzgar la calidad de lo que trabaja, y ello supone que debe  evaluar los resultados  de su tarea, lo que se traduciría en conocer sus aciertos y errores. Y aquí viene el problema, porque no siempre los maestros estamos preparados para asumir responsablemente  los errores que cometemos cada día (que sin duda son muchos).
Disponernos a juzgar  lo que hacemos con el mejor de los ánimos, precisa de una actitud de sabiduría, pero no de la que entenderían como la que tienen los sabelotodo, sino justamente lo contrario.
Les transcribo un párrafo del discurso que pronunció Karl Popper, en la universidad Complutense de Madrid, cuando fue investido de Doctor Honoris Causa.
“Permítanme  confesar que me siento profundamente avergonzado por mi incapacidad de dirigirme a ustedes en su lengua. Pero es demasiado tarde  para embarcarme en un curso de español. Ahora a mis 90 años no puedo pretender  tener mucho éxito en el aprendizaje de una nueva lengua, muy a mi pesar. Me doy cuenta una vez más, de lo poco que sé, y ello me hace recordar la vieja historia  que Sócrates contó por primera vez en su juicio. Uno de sus jóvenes, un miembro militante del pueblo de nombre Querefón, había preguntado al dios Apolo en Delfos si existía alguien más sabio que Sócrates, y Apolo le había contestado que Sócrates era más sabio que todos. Sócrates halló esta respuesta inesperada y misteriosa. Pero después de varios experimentos y conversaciones con todo tipo de personas, creyó haber descubierto    aquello que el dios había querido decir: por contraste de todos los demás, él Sócrates, se había dado cuenta de lo lejos que estaba de ser sabio, de que no sabía nada. Pero lo que el dios nos había querido decir a todos nosotros era que la sabiduría consistía en el conocimiento de nuestras propias limitaciones  y lo más importante  de todo, en el conocimiento de nuestra propia ignorancia. Creo que Sócrates nos enseñó algo que es tan importante hoy como hace 2400 años”.
En la siguiente parte del discurso de Karl Popper, enumera  los 12 errores que debemos evitar cuando discutimos, y queremos llegar al conocimiento e la verdad.

2.- Es imposible evitar todos los errores, e incluso todos aquellos que, en sí mismos, son evitables. Todos los científicos cometen equivocaciones continuamente. Hay que revisar la antigua idea de que se pueden evitar los errores y que, por lo tanto, existe la obligación de evitarlos: la idea en sí encierra un error.
3. Por supuesto, sigue siendo nuestro deber hacer todo lo posible para evitar errores. Pero, precisamente para evitarlos debemos ser conscientes, sobre todo, de la dificultad que esto encierra.
4. Los errores pueden existir ocultos al conocimiento de todos, incluso en nuestras teorías mejor comprobadas; así, la tarea específica del científico es buscar tales errores.
5. Por lo tanto, tenemos que cambiar nuestra actitud hacia nuestros errores. Es aquí donde hay que empezar nuestra reforma práctica de la ética. Porque la actitud de la antigua ética profesional nos obliga a tapar nuestros errores, a mantenerlos secretos y a olvidarnos de ellos tan pronto como sea posible.
6. El nuevo principio básico es que para evitar equivocarnos debemos aprender de nuestros propios errores. Intentar ocultar la existencia de errores es el pecado más grande que existe.
7. Tenemos que estar continuamente al acecho para detectar errores, especialmente los propios, con la esperanza de ser los primeros en hacerlo.
8. Es parte de nuestra tarea el tener una actitud autocrítica, franca y honesta hacia nosotros mismos.
9. Puesto que debemos aprender de nuestros errores, asimismo debemos aprender a aceptarlos, incluso con gratitud, cuando nos los señalan los demás.
10. Tenemos que tener claro en nuestra mente que necesitamos a los demás para descubrir y corregir nuestros errores y, sobre todo, necesitamos a gente que se haya educado con diferentes ideas, en un mundo cultural distinto. Así se consigue la tolerancia.
11. Debemos aprender que la autocrítica es la mejor crítica, pero que la crítica de los demás es una necesidad. Tiene casi la misma importancia que la autocrítica.
12. La crítica racional y no personal (u objetiva) debería ser siempre específica: hay que alegar razones específicas cuando una afirmación específica o una hipótesis o un argumento específicos nos parece falso o no válido. Hay que guiarse por la idea de acercamiento a la verdad objetiva. En este sentido, la crítica tiene que ser impersonal; pero debería ser a la vez benévola.

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